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¿Sabías que...?

El tiempo, las estrellas y la búsqueda humana de la longitud

30 avril 2025

Mucho antes de que los satélites surcaran los cielos y las aplicaciones digitales de navegación marítima nos guiaran giro a giro, los humanos mirábamos hacia arriba. Las estrellas, el sol y el mar fueron nuestras primeras herramientas de navegación.

Con estos recursos somos capaces de conocer nuestro lugar en el mundo, siempre han servido para algo más que para señalar coordenadas; significan orientarnos en el tiempo, la cultura y la curiosidad.

El viaje para descubrir la longitud y la latitud no es meramente científico. Es una historia profundamente humana, que atraviesa siglos y civilizaciones.

Un mundo sin fronteras: Navegar por las estrellas

La latitud nos indica la distancia al norte o al sur del ecuador. Los humanos han sido capaces de calcular la latitud desde las primeras civilizaciones. Los marineros y navegantes del hemisferio norte utilizaban la estrella polar. Gracias a su posición fija en el cielo nocturno, se convirtió en un faro fiable. Cuanto más alta aparecía la Estrella Polar en el cielo por encima del horizonte, más al norte se estaba.

Los navegantes del hemisferio norte utilizaban Polaris, también llamada Estrella Polar. Gracias a su posición fija y estable en el cielo nocturno, se ha convertido en una baliza muy sencilla y fiable para la navegación. Cuanto más alta aparece la Estrella Polar en el cielo, más al norte te encuentras.

En el hemisferio sur, las cosas son un poco más complicadas. Dado que la Estrella Polar no es visible desde el hemisferio sur, los navegantes recurrían a la Cruz del Sur. Su posición relativamente fija la convertía en un punto fiable. Sin embargo, para localizar el Polo Sur los marineros utilizaban el "eje largo" y lo extendían 4,5 veces la longitud de ese eje hacia el horizonte. La línea los dirigiría hacia el polo sur.

Estos primeros métodos de navegación eran algo más que astronomía. Formaban parte de la cultura humana. Cada sociedad marinera desarrolló sus propias formas de interpretar el cielo. Los antiguos polinesios se cuentan entre los mayores navegantes de la historia, ya que cruzaron miles de millas del océano Pacífico sin utilizar instrumentos. Eran agudos observadores del mundo natural. Para ellos, el sol, la luna, las estrellas, el oleaje, las migraciones de las aves, las nubes e incluso los escombros a la deriva les servían de guía. No veían el mar como una extensión vasta y vacía, sino como un mapa vivo de señales y patrones.

Los navegantes polinesios tradicionales memorizaban una "brújula estelar", una carta mental que mostraba por dónde salían y se ponían las estrellas clave en el horizonte a lo largo del año. Leían el balanceo de sus barcos para detectar la dirección del oleaje. Observaron cómo las nubes se agrupaban sobre islas invisibles y siguieron a los pájaros que regresaban a la costa. Con estas habilidades, transformaron una de las regiones más remotas de la Tierra en un mundo interconectado de exploración e intercambio. Al igual que ellos, muchas otras culturas utilizaron sus propios métodos de navegación.

El problema de la longitud: un reloj que cambió el mundo

Mientras que la latitud se podía encontrar con las estrellas, la longitud seguía siendo un misterio. A diferencia de las constelaciones fijas del cielo nocturno, el cálculo de la longitud requería un conocimiento preciso del tiempo.

Durante siglos, los marineros se enfrentaron a este problema. Sin una forma de medir la diferencia horaria entre su ubicación y un punto de referencia fijo, no disponían de un método fiable para determinar la distancia que habían recorrido hacia el este o el oeste.

Los primeros navegantes oceánicos recurrían a la navegación a estima. Se trataba de un método basado en la velocidad y la dirección que ayudaba a calcular la longitud. Pero era peligrosamente impreciso. Una de las mayores tragedias resultantes fue el desastre naval de Scilly de 1707, en el que cuatro buques de guerra británicos y unos 2.000 marineros se perdieron debido a un error de navegación, convirtiéndose en uno de los peores desastres de la historia naval británica.

La catástrofe llevó al Parlamento británico a aprobar la Ley de Longitud. Esta ley ofrecía una recompensa de 20.000 libras (equivalentes a unos 3,97 millones de libras en dinero actual) a quien pudiera desarrollar un método práctico para determinar la longitud en el mar.

La solución no vino del cielo, sino de un relojero de Yorkshire. A mediados de la década de 1720, el artesano inglés John Harrison inventó el cronómetro marino. Gracias a este invento, los barcos pudieron, por primera vez, llevar a bordo un reloj extraordinariamente preciso que soportaba el movimiento y la humedad de la vida en el mar. Comparando la hora local (determinada por la posición del sol) con la hora de un lugar de referencia, los marineros pudieron por fin calcular la longitud.

¿Cómo se calcula la longitud hoy en día? Es la distancia al este o al oeste del meridiano de Greenwich (Londres), medida en grados desde 0° en Greenwich hasta 180° al este y al oeste en el otro lado del globo. Quizá también se pregunte por qué Greenwich En 1884, en la Conferencia Internacional del Meridiano, 25 naciones se pusieron de acuerdo sobre este primer meridiano común y se eligió el meridiano de Greenwich como estándar internacional. Greenwich se convirtió en el ancla de la longitud mundial no por casualidad, sino debido a la practicidad, el consenso y la influencia de Gran Bretaña en la navegación mundial de la época.

Este descubrimiento no sólo cambió nuestra forma de ver el mundo. Lo remodeló. Permitió que las rutas comerciales fueran más seguras, que los viajes fueran más rápidos, que los imperios mundiales se expandieran y que la colonización se acelerara. John Harrison y sus cronómetros marinos abrieron una nueva era de exploración, comercio y conquista.

Los sistemas GPS actuales deben mucho a este avance. Los modernos sistemas de posicionamiento global funcionan mediante la triangulación de señales procedentes de satélites, cada uno de los cuales lleva un reloj atómico. El tiempo preciso que tarda una señal en llegar a un receptor en la Tierra permite al sistema calcular tanto la distancia como la posición. En esencia, se trata de resolver el mismo problema que Harrison, pero con señales procedentes del espacio y una precisión inimaginable. Sin la idea fundamental de que el tiempo está inseparablemente ligado al lugar, el GPS tal y como lo conocemos sería imposible.

Harrison y su cronómetro fueron un triunfo del ingenio humano, al fusionar el tiempo y el espacio en un único dispositivo mecánico. Revolucionó la navegación, los sistemas GPS actuales y aumentó la seguridad en el mar.

Así pues, recuerde que cada vez que compruebe su ubicación o navegue por caminos desconocidos en tierra o mar, nos beneficiamos de esta búsqueda secular para dominar la longitud.

La orientación y la experiencia humana

Desde las brújulas estelares polinesias hasta los cronómetros marinos británicos, las herramientas de navegación cuentan una historia más profunda, la de la adaptabilidad humana, la imaginación y nuestro interminable deseo de saber qué hay más allá del horizonte.

Navegar por los mares nunca ha sido sólo cuestión de tecnología. Es un acto de observación, interpretación y memoria. Se trata de confiar en las estrellas, en la naturaleza, en las historias transmitidas por los lugareños y otros navegantes. Cada método, antiguo o moderno, refleja la cultura de la que surgió.

Incluso ahora, con satélites que siguen cada uno de nuestros movimientos, el legado de la navegación primitiva perdura. El punto azul de tu smartphone es el último paso de un desafío que dura ya un siglo.

Saber dónde estamos es comprender la larga y extraordinaria historia de cómo llegamos a encontrar nuestro camino.

Renata - Equipo Aqua Map

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